Una morena y una rubia
Mientras Romerales sale del estudio de los arquitectos, una mujer de ojos verdes está sentada delante de la mesa de trabajo de Pepe Rey.
—Soy...
—Margarita Almela. La conozco muy bien. Es usted una abogada famosa. Famosa y muy buena, además.
—Gracias.
—¿Y en qué puede ayudar un detective como yo a una mujer como usted?
—Voy a explicárselo. Hace casi dos años que salgo con un hombre casado. Casado, con hijos y bastante conocido. Su mujer no sabe nada. En realidad nadie sabe nada de lo nuestro. Él tendría problemas familiares y yo tendría otra clase de problemas.
—¿Qué quiere decir?
—Como sabe, voy a presentarme a las próximas elecciones municipales. Una mujer que tiene un amante casado tiene pocas posibilidades de ser elegida... Ésta es todavía una sociedad machista...
—Todavía no entiendo qué puedo hacer yo por usted.
—El fin de semana pasado estuvimos juntos en Trujillo. Nos vamos de viaje algunas veces, pocas. Él le dice a su mujer que tiene un viaje de negocios y nos vamos. El domingo por la noche me llevó a mi casa en taxi y él siguió hacia la suya. Desde entonces nadie ha sabido nada de él.
—O sea, que su amante es Javier Vera.
—Exactamente. Veo que lee los periódicos.
Margarita abre el bolso y saca un paquete de tabaco y un gran sobre. Pepe la mira con cariño. Piensa que es una mujer más débil de lo que parece y, además, tiene unos maravillosos ojos verdes.
—¿Un cigarrillo? —dice Margarita.
—Gracias.
Pepe coge una caja de cerillas de encima de la mesa y le da fuegoa la abogada. Después enciende su cigarrillo. De nuevo ha olvidado que quiere dejar de fumar.
—Esta mañana —continúa Margarita— he recibido este sobre. Veinte fotografías de Javier y yo besándonos, abrazados, en la habitación del hotel, cogidos de la mano en el tren, despidiéndonos delante del portal de mi casa... En fin, todas las pruebas de que somos amantes.
—Déjeme verlas. ¿No había nada más en el sobre?
—Claro que sí. Un anónimo. Dicen que si no consigo en quince días veinte millones de pesetas, publicarán estas fotos en la prensa y, además, matarán a Javier.
—¿Puede usted conseguir ese dinero?
—No, imposible.
—Vamos a ver: yo voy a empezar las investigaciones hoy mismo y usted va a seguir haciendo la vida de siempre. Estaremos en contacto. ¿Sospecha de alguien, Margarita?
—La verdad es que no sé qué pensar. Sospecho de todo el mundo y no sospecho de nadie. Pepe, ayúdeme y ni una palabra a la policía.
—Confíe en mí.
***
Pepe no sabe exactamente por qué, pero está seguro de que a Javier no lo han secuestrado por motivos políticos. Le parece raro. Las elecciones municipales serán dentro de dos años, están aún muy lejos. Para quedarse tranquilo hace algunas investigaciones en algunos partidos políticos: en el PSOE, en AP, en el PCE, en el CDS Ahora ya está completamente seguro: ningún partido es responsable de este asunto.
***
El viernes al mediodía Pepe Rey y Susi están comiendo en una tasca, cerca de su despacho, de ésas que tienen jamones colgando, que huelen a aceite y que siempre tienen puesta la televisión. Están viendo el Telediario. En ese momento la mujer de Javier Vera está hablando: «Por favor, a los que tienen secuestrado a mi marido les pido que nos digan algo, que nos prueben que está vivo. Por favor, por favor...».
Carmen empieza a llorar, saca un pañuelo y mirando a la cámara sigue diciendo: «Por favor, estamos desesperados. Javier, si me estás escuchando, piensa que te queremos mucho...».
Y empieza a llorar de nuevo. La siguiente noticia es sobre el tiempo.
—¡Pobre mujer!— dicen algunas personas que están comiendo allí.
***
A las cinco de la tarde Margarita vuelve a la oficina de Pepe. Susi está sola. Pepe ha salido un momento.
—¿Le apetece un café?
—No, gracias. ¿Puedo hacer una llamada?
—Sí, claro. Allí está el teléfono.
Mientras Margarita habla con su secretaria, Susi está mirando por la ventana. Últimamente Susi está algo enamorada y pasa muchas horas mirando por la ventana. Abajo hay un joven muy moreno, que lleva una cazadora de cuero negro y unas botas militares. Está en la esquina. Parece nervioso.
Margarita ya ha colgado.
—¿Ha venido sola? —le pregunta Susi.
—Sí.
—Pues alguien la está siguiendo. Mire por la ventana. ¿Ve aquel chico de cazadora de cuero, el de la esquina?
—¡Ese chico iba en el tren!
Pepe tarda en llegar. Margarita está leyendo el periódico. Hay unas declaraciones de Romerales diciendo que la policía lo tiene todo controlado y que dentro de pocos días el caso Vera estará resuelto porque están a punto de encontrar al grupo terrorista que lo ha secuestrado.
Susi y Margarita le cuentan lo que ha pasado. Pepe mira por la ventana. El chico sigue allí.
—Margarita, usted ahora coge el coche y se va tranquilamente a su casa. Susi y yo la seguiremos. Y, por favor, esta noche no salga de su casa. Quédese allí mirando la tele, pero no salga.
***
Entre el Seat Ibiza rojo de Margarita y el Peugeot negro de Pepe Rey hay una enorme moto. Es la del joven moreno que sigue a Margarita. Cogen la Castellana a la altura de Colón y van subiendo. Primero pasan por la Plaza de Castelar, por Nuevos Ministerios, luego, por delante del Bernabéu y, al final, delante del Ministerio de Defensa, giran a la derecha y luego a la izquierda para coger la calle Juan Ramón Jiménez. Delante de unos jardines vive Margarita. Entra en un parking y cinco minutos después entra en su casa. El joven ha dejado la moto aparcada y parece que va a estar esperando allí mucho rato. Pepe Rey y Susi se quedan dentro del coche aparcado en doble fila. A nadie le parecerá raro. En todas las calles madrileñas hay coches aparcados en doble fila. Una hora después Pepe está medio dormido.
—¡Jefe, jefe! ¡Que se va!
***
Ha llegado una mujer de mediana edad. Ha hablado un momento con el chico y se queda a vigilar. El joven pone en marcha la moto. Pepe, el coche. Ahora van Castellana abajo. En Cibeles giran a la derecha para coger Gran Vía. Aparcan en la Plaza Vázquez de Mella. El chico anda rápido. Susi también. Pepe se cansa. «Demasiados kilos y demasiado tabaco», piensa. El chico entra en Chicote. Como siempre el bar está lleno de hombres y mujeres mayorcitos, muy arreglados, que creen todavía ser tan atractivos como en su juventud. Hay muchas mujeres solas, demasiado maquilladas.
En un rincón, al fondo, hay una mujer rubísima con el pelo muy corto y rizado que saluda al joven. Susi y Pepe se sientan en una mesa cerca, pero no pueden oír lo que dicen. Pepe se toma el cóctel del día. Está nervioso y necesita algo fuerte. Sabe que está cerca del final del caso. Una media hora después el joven se va.
—Jefe, yo me voy a casa. Ése se va de juerga.
—Haz lo que quieras, Susi. Ya has trabajado bastante. Pero yo voy a ver qué hace.
Susi tenía razón. El chico ha estado tomando copas en tres o cuatro bares de Malasaña y Pepe sólo ha conseguido emborracharse y ver como el chico de cazadora de cuero se iba a pasar la noche con una rubia guapísima.
***
El dormitorio de Pepe está lleno de libros, revistas, vasos, periódicos atrasados, ropa por el suelo. Susi siempre le dice que tiene que buscar una asistenta. Suena el teléfono. Antes de cogerlo Pepe mira el despertador: las cinco y media de la mañana.
—Jefe, ¡la mujer rubia! ¡La mujer de Chicote es la mujer de Javier Vera!
Fuente: CV. Cervantes.es