Historia de la Ñ: de cuando la Unión Europea quiso “atentar” contra la Ñ

A diferencia de lo que se suele creer, el español no es el único idioma que usa la Ñ.

Sin la la_ny.jpgÑ, “Spain is not different”. Si se perdiese la letra más característica de nuestro idioma, los españoles no podrían referirse a sí mismos como españoles, no podrían irse de cañas y no podrían demostrar su enfado con esa palabra que usted y yo sabemos.

Hubo un momento en los años 90 en el se corría un serio peligro de no haber podido escribir (ni leer) este artículo. La Comunidad Económica Europea, en un arrebato de arrogancia y desprecio cultural, estuvo a punto de conseguir que los fabricantes de ordenadores eliminasen nuestra querida Ñ del teclado.

Una tentativa que la mismísima RAE calificó de “atentado”. Al fin y al cabo, en torno a 500 millones de personas en el planeta tienen el español como primera lengua, sólo por detrás del chino mandarín (y desde luego más hablantes que el inglés, el francés o el alemán).

Gracias a la intervención de personajes de reconocido prestigio como Mario Vargas LlosaFernando Lázaro Carreter o Gabriel García Márquez, la iniciativa europea se acabó viendo frustrada.

De hecho, fue el escritor colombiano, Gabriel García Márquez, quién explicó: “Es escandaloso que la CE se haya atrevido a proponer a España la eliminación de la eñe solo por razones de comodidad comercial” (...) “los autores de semejante abuso y tamaña arrogancia deberían saber que la eñe no es una antigualla arquitectónica, sino todo lo contrario, un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras letras sigue expresándose con dos”.

Y así es. Si bien el fonema es común a otras lenguas romances, la “n” con virgulilla es la solución elegante que encontraron los monjes castellanos para darle una representación gráfica a un sonido que en otros idiomas se siguió expresando con dígrafos, es decir, con dos letras para un sólo sonido. Pura picaresca española.

Finalmente, la solución definitiva al conflicto llegó en 1993 con un Real Decreto de artículo único que, basándose en el artículo 107 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (que contempla imponer excepciones a las normas por “excepción cultural”) consiguió blindar a la Ñ de este “atentado”.

“Todos los aparatos de funcionamiento mecánico, eléctrico o electrónico, que se utilicen para la escritura, grabación, impresión, retransmisión de información y transmisión de datos, y que se vendan en España, deberán incorporar la letra Ñ y los signos de apertura de interrogación y de exclamación” (Real Decreto 564/1993, de 16 de abril de 1993).

Origen de la Ñ

El fonema que representa la letra “ñ” es el sonido nasal palatal. Es decir, el sonido que se produce cuando el aire sale por la nariz y el dorso de la lengua se apoya contra el paladar.

Este es un sonido que no existía en el latín. Pero con la evolución del mismo surgieron las lenguas romances, que sí utilizaban este fonema; pero no había una grafía ni una norma concreta para dejarlo por escrito. Esto derivó en una situación caótica en la que cada cuál elegía de qué formas quería escribirlo. Era frecuente -incluso- encontrarse diferentes formas gramaticales para el mismo sonido en un mismo texto.

Los usos más aceptados era la n acompañada por otros signos, como la “I”, la “G” o la “Y”. Pero en el caso de la lengua de Castilla, la práctica más extendida era escribir la “n” geminada. Es decir, con una doble “ene”.

En la Edad Media, los monjes eran de las pocas personas que sabían leer y escribir.

Los monjes encargados de copiar los textos y de dejarlo todo por escrito comenzaron a hacer una cosa que pronto se convertiría en tendencia: Para ahorrar pergamino (era muy caro) empezaron a abreviar la grafíacolocando una pequeña “n” sobre la otra.

Pero cómo suele pasar, al repetir varias veces un mismo comportamiento, este se hace cada vez más eficiente. De esta forma, la pequeña “n” pronto se convertiría en la virgulilla de la “ñ”.

Este es el motivo por el que fonema nasal palatal existe en todas las lenguas romance, pero en cada una se escribe de forma diferente... es porque en cada región se encontró una solución distinta a este problema. Así -por ejemplo- lo que en latín se conocía como Hispania; en castellano se escribe España; en italiano, Spagna; en portugués, Espanha; en catalán, Espanya y en rumano, Spania. Diferentes grafías para un mismo fonema.

En el siglo XIII, Alfonso X el Sabio, viendo la anarquía a la que tenían que hacer frente los escribanos y los lectores, estableció el uso preferente de la Ñ para el castellano. Pero no fue hasta que Antonio de Nebrija la incluyó en la primera gramática del castellano en el año 1492, cuando la Ñ quedaría anclada para siempre a nuestro idioma.

El español no es el único

A diferencia de lo que se suele creer, el español no es el único idioma que usa la Ñ. Sólo en la Península Ibérica (además del castellano) también la utilizan el asturiano, el euskera y elgallego.

 

Gramáticas de lenguas indígenas escritas por sacerdotes españoles.

A medida que el Imperio Hispánico se expandió a lo largo del mundo, también dejó su poso en las lenguas indígenas que se encontraba. Muchas de estas lenguas utilizaban el fonema “eñe”, pero no tenían lenguaje escrito. Y cuando los sacerdotes españoles escribieron sus gramáticas, lo hicieron con la grafía que les era familiar.

Por este motivo, podemos encontrar cómo se utiliza la Ñ en lenguas y lugares tan remotos cómo en el guaraní de Paraguay, el bubi de Bioko (Guinea Ecuatorial), en el mapuche de Chile; en el otomí o en mixteco de México; en el tagalo de Filipinas, en el aimara de BoliviaPerúChile (...) o en el chamorro de Guam.

Quelle: La Razon

 

 

 

 

Una música tan triste

¿Ya podemos empezar? Bueno, esto es difícil. Si no hubieras sido tan pesada, nunca me habría sentado aquí a contarte todo. No sé por qué estás tan interesada en esta historia. Además, tú estarás acostumbrada a tratar con gente a la que no le importa nada hablar, que largan sin problemas... Yo no, para nada. Tendrás que tener paciencia, porque me dará corte o se me irá la olla. Aparte de que ya el tema es bastante fuerte.

Bastante fuerte, sí. ¿Qué te puedo decir? ¿Por dónde empiezo? Sí, claro, por el principio. Bueno, yo estaba más o menos como estoy ahora. Trabajaba en el taller, pero todavía no era el encargado. No ganaba mucho, pero podía vivir, cosa rara en estos tiempos. Sí, vivía en el mismo sitio que ahora; en realidad, no ha cambiado casi nada... excepto lo más importante, claro. Cuando empezó todo yo tenía... veinte o veintiuno, creo. Fue hace tres años... entonces, veinte. Veinte años.

La conocí en los bajos de Aurrerá un sábado. En esa época iba allí con mi gente ; buscar camorra y a enrollarnos. Éramos un grupo de siete u ocho, todos con moto. Sí, metíamos un poco de miedo a la gente, pero si no eres un poco macarra en este mundo, estás jodido. Todos te hablan de paz, pero sólo quieren pisarte el cuello. Mejor juega con tus cartas y písales los abrigos, eso es lo que yo digo.

A veces íbamos con Juanma el Terribley su grupo de Hombres Masculinos. ¿No los conoces? Juanma es una leyenda en Madrid, nena. Es un tipo que pesa cien quilos, siempre iba a armar broncapor Moncloa, un tío duro de verdad, pero también una especie de caballero del sur, que dice cosas increíbles a las tías y les besa la mano. Su banda se llama los Hombres Masculinos y a nosotros nos caen muy bien. ¿Que por qué se llaman así? Bueno, tienen una filosofía de la vida muy particular que a mí me gusta mucho. Odian a los hippies y a los maricas, llevan vaqueros que no conocen el agua y su sastre se llama Levi's. Les encanta la pelea, la carne y la cerveza y están empeñados en ser auténticos machos. ¿Qué, no te gustan? Seguro que tú también piensas que la mujer es igual al hombre.¡Valiente tontería! El mundo está lleno de nenazas es el problema.

¿Verdaderos hombres? ¿Quieres una lista? El primero, John Wayne, un auténtico baluarte contra los blanditos; Atila, Clint Eastwood, Juanito, Gutiérrez Mellado, Margaret Thatcher, José María Barrionuevo, John McEnroe, Arnold Schwartzenegger..., gente así. El hombre masculino auténtico viste como un hombre y habla como un hombre, con pocas palabras; no es fino, responde con un «sí» o con un «no». En cuanto ves a una persona puedes saber si estás ante un hombre o ante un blandito: unas cuchilladas en la jeta, unas tiritas en las cejas o unos buenos tatuajes ayudan a distinguir rápidamente. Por supuesto, también los amigos son importantes en estos tiempos donde sólo triunfan los maricas. El mismo Gengis Khan tenía una o dos hordas. Un fin de semana entre hombres, pasado en ver los vídeos del Mundial, pimplando cajas de cerveza: eso es masculino. ¿Quieres divertirte, pelearte, montar bronca, cambiar el aceite del coche? ¿A quién invitas? ¿A las tías? ¡Aaaah, qué coñazo! Invitas a los colegas; a la banda de toda la vida.

No, no es broma. Es verdad de la buena. Los Hombres Masculinos tienen su trabajo, su música, su cine, su forma de actuar con las tías... ¿Por ejemplo? Un hombre de verdad es camionero, mecánico (como yo), escritor alcohólico, bombero... No es modista, bailarín, secretario de las Naciones Unidas, mimo o florista. Le gustan Mad Max, Harry el Sucio, Taxi Driver(Robert de Niro limpia las calles de Nueva York. Legítima defensa), La matanza de Texas, Charles Bronson, Ronald Reagan (profesión: hombre), cosas así. El hombre masculino no tiene nada contra la música. Ya sea country o rock’n’roll, la música es importante mientras te das una vuelta con un hatajo de viejos colegas; hay que huir de Phil Collins, Stevie Wonder y todo ese racimo de blanditos.

Bueno, con las mujeres es más o menos lo mismo. Cuando sientes que todo el mundo ha quedado sexualmente satisfecho, hay que largarse de inmediato; una palmadita en las nalgas y un«Hasta la vista, muñeca», causará siempre la más viril impresión en cualquier mujer digna de ese nombre.

Oye, oye, no te cabrees. Tú me has preguntado y yo te he respondido. Si no te gusta no te metas conmigo. Además, ya te he dicho que nosotros éramos simpatizantes, pero no estábamos de acuerdo en todas esas cosas. ¿En cuál no estoy de acuerdo? Dejémoslo. Aparte de que después de todo lo que pasó con Laura yo he cambiado mucho.

Bueno, la cosa es que siempre salíamos juntos los fines de semana. Empezábamos en Moncloa por la tarde y acabábamosborrachos como cubas a las mil de la noche en cualquier sitio. Normalmente conocíamos a algunas tías y... bueno, ya sabes. Pero no importaba mucho. En realidad nos divertíamos solos. Si nada más piensas en mujeres acabas un poco pirao. Tu moto, cerveza y unos colegas, no necesitas mucho más. Nos gustaba bailar cosas duras, nada de bailecitos de discoteca tonta. ¡Ja, ja! Tenías que ver los dos metros de Dioni bailando pedo. Era genial. Teníamos un recorrido más o menos establecido de sitios guays¿Has visto mi moto? Mola¿verdad? Es una vieja BSA Rocket, ya no se hacen así. Lo menos tiene treinta años, pero yo la cuido y está nuevecita; ésta es una moto, y no las japonesas.

La cuestión es que ese día yo estaba un poco cabreado. En el taller se había estropeado una máquina y teníamos trabajo atrasado, así que estaba de mala leche. Normalmente quedábamos en el Cadillac, un bareto donde ponían buena música, mucho Bruce Springsteen, Elvis, rock, ya sabes. Serían las ocho y media. Había mucha gente a esa hora y el ambiente estaba cargado. Mucha niña de colegio con ganas de desfogarse de toda la semana y mucho niñato que no sabía beber. Yo entro como puedo, abriéndome paso entre la gente y al fondo veo, sobresaliendo de todos, la cabeza de Dioni hablando con alguien. Siempre es así: para saber dónde está mi gente, sólo tengo que fijarme en la cabeza de Dioni sobre los demás. Ya te he dicho que mide casi dos metros. El tío se tenía que agachar para escuchar lo que le estaban diciendo. Me acuerdo que sonaba James Brown, ya sabes, the sex machine. ¿No? Estás tú muy informada. ¿No sabes quién es James Brown? ¡Qué vergüenza! ¿Y tú has estudiado en la universidad?

Bueno, bueno, ya me centro. El caso es que entro, mirando a las niñas, que estaban todas guapísimas, en el mejor momento, alegres pero no borrachas. Yo estaba un poco de mal humor porque en el taller... Sí, esto ya te lo he contado. Vale, llego hasta donde estaba Dioni y me encuentro en primer lugar a Rafa, otro colega, que viene hacia mí y me dice que me fije en la belleza que estaba hablando con Dioni. Yo le dije que no estaba para bellezas. Pero miré y la vi.

Era una tía muy pequeña; eso fue lo primero que me llamó la atención. Debía de medir uno sesenta como mucho. Al lado de Dioni parecía un gatito. Iba toda vestida de negro. Llevaba uno de esos pantaloncitos ajustados que parecen medias. ¿Fu... qué? ¿fusós? Bueno, pues eso, unos fusós y encima una camiseta negra demasiado grande con la cara del cantante de The Cure. ¿Tampoco los conoces? No importa. La cuestión es que era una auténtica preciosidad. Tenía el pelo castaño y ondulado, suelto. Me fijé en que parecía muy limpio. Sus ojos eran grandes y castaños también y todos sus rasgos eran finos, como si hubieran sido dibujados con más detalle que los de los demás. En aquel momento supe que acabaríamos mal, pero si no sabes nadar, mejor no vayas a la playa. O sea, si no quieres problemas, no te pongas una cazadora negra, ¿comprendes? Bueno, hablando en plata, fue un flechazo. Tenía unos ojos muy grandes y una cara muy pequeña, lo que le hacía parecer asustada. Ah, ¿has visto fotos suyas? Sí, claro, salió en los periódicos.

No me interpretes mal. No soy de los que se emocionan con las tías. Me gustan mucho, claro, pero creo que no podemos entendemos. A mí, por lo menos, no me comprenden y yo no las comprendo. Me parece que queréis demasiado, que nos chupáis la sangre y los sesos; más vale manteneros a distancia prudencial. Es una cosa rara, porque las mujeres van detrás de nosotros y nosotros de ellas sin que parezca que nos entendamos nunca: Yo prefiero ir con mis amigos; no es que hablemos de grandes filosofías, pero con una mirada está dicho todo, nos entendemos sin hablar. Con las tías no es posible eso, creo yo. Ya te contaré lo que piensa Manolo de las tías. ¿Manolo? Un tío muy raro que nos encontramos de vez en cuando por las noches. Su cerebro no rige muy bien, pero dice unas cosas muy cachondas, tiene muy buen rollo. ¿Puedo pedir otra cerveza?

Bueno, pues eso. No soy un lelo al que se le cae la baba con las chicas. Además, modestia aparte, tengo donde elegir. El caso es que esta tía que estaba con Dioni tenía una cosa especial, una especie de mirada profunda, un poco triste. Al principio lo atribuí a que era una siniestra de ésas de The Cure. Los siniestros me caen bien, no como los punquis o los raperos. ¿No te interesa esto? La música es muy importante si quieres comprender algo de lo que pasa en el mundo, chica. No puedes andar por ahí sin saber qué te están diciendo si te dicen «The Clash son cojonudos» o si a alguien le gusta Barry Manilow. ¿No comprendes que la música es lo más importante del mundo cuando alguien tiene menos de treinta años? Más vale que te enteres. ¿A mí? Bueno, a mí me gusta Elvis y me gusta el blues, sobre todo, pero también Bruce Springsteen y algunas cosas de otros grupos, ya sabes, Rolling, Dylan, Doors, Tom Waits y cosas así. Pero el blues, chica, es estar por la noche poniendo a cada estrella una nota de la guitarra del bueno de B.B. King o encontrar la cerveza prehistórica en la voz del viejo John Lee Hooker. ¿He dicho cerveza prehistórica? Mm, me gusta. Eso es música, nena, no lo que se oye en Los 40 principales. Yo...

Bueno, bueno, ya sigo con la historia. Pero más vale que tomes nota de lo que te he dicho. ¿Por dónde iba? Ah, sí, el primer encuentro. Yo estaba con Rafa mirando a la chica que estaba hablando con Dioni, muy agachado para escuchar lo que decía entre la música. Entonces vi que Dioni, sonriendo, me señalaba con el dedo, y la chica me miró. Noté como si me estuviera analizando, pero no sonrió ni nada parecido. Los dos se acercaron a mí, Dioni riéndose y la chica más bien seria. Dioni me dijo:

—Laura: Pablo. Pablo: Laura. La acabo de conocer —me dijo—, pero me parece que te resultará más necesaria a ti. Creo que tiene algo que te puede interesar.

—Ah, ¿sí? —dije yo, un poco chulo.

—Sí, os dejo solos, —dijo él sonriendo, maliciosamente. Y se fue con los demás, que estaban sentados al fondo del Cadillac, pasándose un mini y mirando a las tías.

Ella hasta ese momento no había dicho ni una palabra y parecía desconfiada. Su actitud era fría. Quiero decir que no era la habitual de una chica de diecisiete años más o menos que está en una discoteca para ligar. Eso me escamó. Normalmente las cosas eran más fáciles; sobre todo para mí. En estos sitios todo el mundo sabe a lo que va. Finalmente ella habló:

—Bueno, si quieres algo, tengo de todo —me dijo.

—¿Cómo?

—Sí, ¿qué quieres?

Yo no entendía de qué demonios estaba hablando ella. ¿Qué quería yo? ¿De qué tenía todo ella? Estaba yo completamente perdido, pero no quería pasar por tonto, así que decidí hacerme el interesante y continuar el juego.

—¿Qué tienes? —le pregunté. Esperaba que su respuesta me ayudase a comprender de qué estábamos hablando.

—Tengo de todo, tío. Y de buena calidad.

Entonces comprendí. Me estaba ofreciendo droga. Demasiado misterio para eso. En la zona de Moncloa es muy fácil encontrar droga, como sabes, pero normalmente te la ofrecen en la calle tipos muy reconocibles. No es normal que se metan en los bares para chicos jóvenes a las ocho de la tarde para ofrecer a la gente. Yo en aquel momento sólo tomaba coca ocasionalmente, ¿sabes? Lo normal los fines de semana, ni siquiera todos. En aquel momento no tenía muchas pelas y estaba de mal humor. Pero lo curioso es que me molestó que esa niña tan guapa y tan joven fuera una camella.

 

Fuente: CV. Cervantes.es

 

 

Misiones guaraníes

En la antigua región de Misiones, en territorios que hoy pertenecen a Paraguay, Brasil y Argentina, se desarrolló un fenómenosociológico admirable: sin renunciar a los rasgos fundamentales de su propia cultura, el pueblo guaraní asimiló en poco tiempo lo mejor de la civilización occidental. En 1608 los monarcas españoles enviaron a la zona a un grupo selecto de jesuitaspara que evangelizaran a sus habitantes, y les encargaronla gobernación de la provincia.

Los jesuitas basaron su labor en el respeto hacia las personas e instituciones locales y llegaron a crear poblados modélicos en valores humanos y religiosos.

Los nativos eran sensibles, trabajadores y disciplinados. Supieron conjugar las enseñanzas de los religiosos y sus propias experiencias. Conservaron su organización interna y nunca confiaron el gobierno civil a los extranjeros. Aunque no renunciaron a su lengua, pronto aprendieron español y llegaron a publicar diccionarios bilingües. Tuvieron imprentas mucho antes que otras grandes ciudades americanas, y publicaron valiosas obras en ambas lenguas.

Originalmente eran tribus nómadas; huían de los mercaderes de esclavos y, protegidos por los jesuitas, se instalaron en Misiones. Tras obtener piedra de las canteras y elaborar ladrillos en pequeñas factorías, construyeron ciudades de sólidas formas arquitectónicas. En ellas se asentaron más de cien mil aborígenesque pronto empezaron a destacar en la industria, en la agricultura y en las artes.

Mejoraron la producción ganadera y aprendieron nuevas formas de cultivar la tierra. En el terreno industrial desarrollaron pequeñas empresas textiles y modernas fundiciones de metales. Fabricaron cañones para defenderse de los asaltos de otros pueblos y construyeron barcos que posibilitaban la industria y el comercio.

Pero donde alcanzaron niveles más espectaculares fue en el campo científico y artístico. Los guaraníes son famosos por sus estudios astronómicos y matemáticos, y sus artesanos, pacientes y habilidosos, nos ;han legado magníficas obras de arte. Pintores, escultores y doradores trabajaban con mucho esmero y grandes dosis de imaginación.

Contaron incluso con fábricas de instrumentos musicales, y los religiosos escribían a España admirados por su capacidad y buen gusto para interpretar música autóctona y europea. Cada pueblo tenía su propia biblioteca a la que llegaban los indígenas a aprender y a disfrutar de la lectura. En San Ignacio Minífuncionó uno de los primeros conservatorios del continente, donde se llegaron a ejecutar óperas en ocasiones solemnes.

Tenían su propio sistema judicial; sin embargo no hubo excesivos conflictos pues los guaraníes supieron armonizar sus antiguos principios sobre la propiedad privada con las enseñanzas del Evangelio. Cada familia tenía asignada una pequeña parcela para cultivos destinados a su propio consumo y todos contribuían a la agricultura e industria comunales. Además de La Casa de los Desamparados —que acogía a huérfanos y viudas— los colegios, hospitales y templos eran cargas comunitarias.

Desgraciadamente, el rey Carlos III expulsó a los jesuitas de España y sus colonias. Los religiosos se vieron obligados a abandonar Misiones ciento sesenta años después de su llegada. Pronto llegaron otros misioneros y autoridades civiles que tardaron en sintonizar con los guaraníes. Los pueblos y sus instituciones empezaron a desintegrarse y los indígenas huyeron a la selva. Algunos fueron apresados por mercaderes de esclavos y otros sucumbieron a epidemias y calamidades. La minoría restante vive escondida en los bosques paraguayos.

Abandonadas también quedan las ruinas de sus ciudades. En medio de la selva permanecen, bellas y nostálgicas, las torres de las iglesias, los patios de los colegios y los muros de las casas. Pero cuidadosamente guardados quedan en los museos excelentes pinturas y esculturas, flautas y pergaminos que demuestran la calidad de las obras de arte de estos pueblos.

¡Lástima que una decisión política arbitraria frustrara la culminación de una experiencia que todavía hoy sigue asombrando al mundo!

 

Fuente: CV. Cervantes.es

 

Una etiqueta olvidada

Felipe Romero, en su viejo pero limpio Renault 5, entra en el aparcamiento, deja el coche en el mismo sitio de todos los días y sale a la calle. Como de costumbre, antes de entrar a trabajar en el departamento de accesorios del automóvil, compra un cupón de lotería.

Felipe cree en la suerte. Nunca le ha tocado un premio importante, sólo alguna vez mil pesetas, o quinientas. Pero él cree que algún día le va a tocar un premio gordo. A veces, por la noche, cuando está en casa viendo la televisión, sueña con viajes a países tropicales, playas blancas con chicas guapas, restaurantes con comidas muy ricas, y una terraza con vista al mar para tomar una copa. Y luego, bailar con una chica guapa; música suave, la luna que brilla en el mar…

Pero hasta ahora su sueño es sólo un sueño. La única playa que Felipe ha visto es la de Denia. Pasa las vacaciones con sus padres en el chalet de unos amigos, va a la playa y se quema, escucha a las chicas extranjeras que hablan idiomas que él no habla, prepara la comida para sus padres, y ve la televisión o toma una cerveza en el bar.Y así todos los veranos. Felipe tiene cuarenta y tres años, y su única esperanza de cambio es la lotería.

—¡Para hoy! ¡Para hoy! ¡Para hoy!

—Buenos días. Déjeme ver las terminaciones, por favor —dice Felipe.

—Señor Romero, doña Rosario quiere verle. Me dijo que ha encontrado su tarjeta.

—¿Mi tarjeta? —contesta Felipe, mirando en su cartera—. Es verdad, no la tengo. ¡Qué despiste! Gracias, Faustino.

Después mira los números y compra un cupón.

En ese momento llega Carolina, la chica del departamento de discos. Muchas veces la trae su novio Javier en su moto. Carolina, antes de entrar, habla unos momentos con Javier. Luego, se dan un beso. Felipe Romero los mira y entra rápidamente en los almacenes.

**********

—¡Adelante!

Cuando Carolina entra, Marisol Carvajal, la jefa del personal, está leyendo unos papeles. Su mesa de trabajo está llena de informes, formularios y cartas. En esta época del año hay mucho trabajo. Para la temporada de Navidad y Reyesla empresa necesita más personal. Pero ése no es el único problema que tiene Marisol. Esta mañana, después de la reunión con los jefes de departamento, José Iribarne le habló muy claro.

—Estamos gastando millones de pesetas en sistemas electrónicos de seguridad para evitar robos. Pero la técnica es sólo una parte del problema. Luego, tenemos el factor humano.

—¿Se refiere usted al personal, don José?

—Usted es psicóloga y sabe mejor que nadie a qué me refiero —contesta el señor Iribarne—. Cuidado: yo no digo que el personal sea culpable. Pero quiero una investigación completa para terminar inmediatamente con esos robos en la sección de discos.

—Siéntate, Carolina —dice Marisol—. Espérame un segundo.

Coge unas cartas, se levanta y va al despacho de la secretaria. La parte superior de la pared es de cristal y Carolina observa cómo habla con la secretaria. Mueve mucho las manos y la cabeza y de vez en cuando aparta su melena de la cara. Tiene el pelo castaño con unas mechas rubias. La luz se refleja en sus pendientes de plata. El traje que lleva es caro, eso se nota enseguida. Carolina se acuerda de que una noche de sábado, este verano , la había visto en una terraza de la Castellana. Ella iba con Javi en la moto, había un tráfico tremendo aunque era casi la una. Hacía muchísimo calor, casi 38 grados, y parecía que todo Madrid había salido. Aparcaron la moto y dieron un paseo. No podían tomar nada: en esas terrazas cobran 600 pesetas por una cerveza. Esa noche fue cuando vio a Marisol Carvajal.

Estaba sentada muy cerca de un hombre cuya cara le sonaba. Se parecía mucho a Antonio Banderas, el actor. ¿Era él? Desde luego, era guapísimo. Marisol parecía muy contenta. Pero Javi no estaba interesado en los amigos de la señorita Carvajal. Volvieron a la moto y Javi la llevó a casa. Estaba cansado, porque había trabajado toda la mañana y por la tarde había ayudado a su padre a reparar el coche.

—¿Qué tal está tu novio?

—¿Cómo?

Carolina no había oído volver a Marisol.

—¿Qué tal está Javier? ¿Le gusta su trabajo?

—Sí —dice Carolina, no muy convencida—, pero es un trabajo muy cansado.

—Claro, tiene que estar todo el día en la calle. Pero es un trabajo importante, sabes. Sin mensajeros esta ciudad no podría funcionar. Además, me parece un chico muy serio y eso es lo que necesitan las empresas, personas serias.

Silencio. Carolina se pregunta por qué la habrá llamado.

—¿Desde cuándo estás con nosotros, Carolina?

—Desde febrero.

—Tienes un contrato hasta enero, ¿verdad?

—Sí

—¿Estás a gusto aquí?

—Sí.

Otro silencio. Marisol saca un paquete de Winston del cajón de su mesa y le ofrece uno a Carolina.

—Gracias. No fumo.

—Carolina, la cuestión es la siguiente. En vuestro departamento hay bastantes casos de robo. Bueno, siempre los ha habido. Es más fácil llevarse un disco o una cinta que un sofá, ¿verdad? Y en los últimos años, con los discos compactos, la situación no ha mejorado. El nuevo sistema de protección electrónica que hemos instalado después del verano parece funcionar bastante bien, pero el caso es que siguen desapareciendo discos.

—¡Pero si yo no tengo la culpa!

—Tranquila, Carolina, tranquila. No te estoy acusando de nada.Yo lo único que quiero es solucionar cuanto antes este problema, para el bien del personal. La empresa no puede permitirse perder dinero de esta forma. La dirección ha decidido aumentar la vigilancia. Los guardias de seguridad controlarán con más frecuencia. Lo que te quiero pedir es que, si ves algo sospechoso, se lo digas a Angelines inmediatamente.

Marisol mira su reloj, apaga su cigarrillo y se levanta.

—Ah, otra cosa. Me dijo Angelines que Javier te viene a visitar, a veces, cuando trae un recado para la empresa. Tú sabes que está prohibido que nadie pase detrás de los mostradores. Por razones de seguridad, ¿comprendes?

Carolina se levanta también. Tiene un nudo en la garganta y no sabe qué decir. Marisol la acompaña hasta la puerta.

—Por favor, no lo tomes como algo personal. Aquí, cada uno tiene que hacer su trabajo lo mejor que pueda. Eso es todo.

Cuando baja al departamento de discos, Carolina siente que las lágrimas le vienen a los ojos. Está confundida. ¿Marisol sólo le quería decir eso: que cada uno tiene que hacer su trabajo? ¿Y por qué habló tanto de Javier?

Angelines está ordenando discos. Cuando ve a Carolina, le pregunta:

—¿Qué te ha dicho?

—Nada.

***********

—¡Para hoy! ¡Para hoy! ¡Para hoy!

Son las dos, pero Faustino sigue en el mismo sitio. Vende los últimos cupones a las personas que trabajan en las oficinas del barrio. Cuando se prepara para ir a casa a comer oye la moto de Javi. Sabe que viene casi todos los días a esta hora para recoger a Carolina, pero hoy los pasos de Carolina, que le espera delante de la entrada de La Española, suenan distintos, más impacientes que otros días.

—Vamos a algún sitio a tomar algo —dice Carolina.

—¿Ha pasado algo?

Luego te lo cuento.

—¿Has comprado las carpetas que necesito para clase?

—¡Las carpetas! —dice Carolina—. Perdona, cariño, es que, con la mañana que he tenido…

—Las voy a comprar ahora, después no voy a tener tiempo. Espérame aquí, ahora vengo.

Javier entra en los almacenes. Pero cuando se dirige al departamento de papelería, de repente ve que hay dos guardias de seguridad que se le acercan. El mayor, un hombre gordo y fuerte, dice:

— ¡Eh, tú, chaval! Arriba quieren hablar contigo. Ven conmigo y tranquilo, ¿eh?, si no quieres que venga la madera. ¿Comprendido?

Javier no tiene tiempo de reaccionar. El guardia le lleva directamente al despacho de Marisol Carvajal. Al poco rato, entran Felipe Romero y otro señor. Marisol Carvajal le dice:

—Siéntate, Javier. Sólo queremos hablar contigo para aclararunas cosas. ¿Conoces al señor Romero? Trabaja en el departamento de accesorios del automóvil. Y este es el contable de la empresa, el señor Cardoso.

Javier los mira. A Felipe Romero le conoce, Carolina le ha hablado bastante de él y no muy bien. Del otro sólo conocía el nombre, que viene en los formularios que hay que firmar cuando lleva algún recado para la empresa.

—Nos gustaría solucionar este problema con mucha discreción, Javier, sin intervención de Dirección ni de la policía. Eso es lo mejor para nosotros y, por supuesto, para ti.

—Pero, ¿me puede decir de qué problema me está hablando?

Se levanta el contable, se pone delante de Javier y le dice, en un tono irónico:

—¿Cómo explicas tú que desaparezcan discos de un departamento donde trabaja tu novia, y siempre los días que tú vienes a traer o recoger mensajes?

Javier no sabe qué decir ni pensar. Está triste, confundido, furioso. ¿Le están acusando de robar discos? ¿Están diciendo que Carolina y él son ladrones?

¡Yo no soy un ladrón! ¡Yo nunca he mangado nada!

Entonces, Felipe Romero dice:

—Hace un mes compraste un maletín para tu moto en mi departamento. Uno de esos maletines especiales que llevan protección por dentro para que no se puedan perforar.

Los discos los llevas en ese maletín y por eso no suena la alarma electrónica.

—¡Usted está loco! Yo vengo aquí a recoger mensajes. ¡Yo no soy un ladrón, y Carolina tampoco! ¡Me voy, y no volveré nunca más! ¡Ustedes están locos! ¿Por qué no llaman a la policía, eh?

—Eso sería lo mejor —dice Felipe Romero.

—Por favor, señor Romero —interviene el señor Cardoso—. Vamos a ver las cosas con calma. Javier, escucha.

—¡Yo no quiero ver nada con calma y no quiero escuchar a nadie! —grita Javier—. ¡Me voy!

Rosario García desde la puerta de los lavabos, ve salir corriendo a Javier del departamento de personal. Un poco más tarde sale Felipe Romero, discutiendo con el guardia jurado. Luego, Marisol Carvajal y el señor Cardoso, hablando en voz baja.

¡Por Dios! —piensa Rosario—. ¡Vaya procesión! ¿Qué habrá pasado allí?

**************

Los domingos por la mañana, el Rastro de Madrid está lleno de gente. Es difícil pasar entre los puestos. En el Rastro se vende de todo. Muebles, pájaros, estatuillas africanas, revistas antiguas, repuestos para coches, juguetes, ponchos peruanos, lámparas, ropa usada, zapatos, discos, plantas…

Javi y Carolina van casi todos los domingos al Rastro. Les gusta mirar a la gente. Pasean por las calles y escuchan a los vendedores que llevan un micrófono al cuello para tener las manos libres y así poder mostrar sus productos.

—¡Esto es increíble, señoras y señores! Por sólo cien duros, sí, me han oído bien, por sólo quinientas pesetas pueden ustedes llevarse este magnífico aparato que dejará su ropa más limpia que el agua clara. Y además, con esta compra les regalo este estupendo par de guantes. ¡Pura lana, créanme! ¡Todo por sólo cien duritos! A ver, señores, ¿quién es el primero? ¿Usted? Tenga, caballero, muchas gracias. ¡Sólo cien duros!

Carolina y Javi entran en una cafetería a tomar un café. Otra vez comentan lo que les ha pasado esta semana. Javi no ha llevado más mensajes a La Española. Felipe Romero no se ha acercado a Carolina. Marisol Carvajal tampoco le ha dicho nada. El señor Cardoso se ha puesto enfermo y no ha venido ni el viernes ni el sábado. Los guardias de seguridad pasan cada quince minutos por el departamento de discos. No se han robado más discos. Nadie ha llamado a la policía.

—No lo comprendo —dice Javi—. Si sospechan de mí, ¿por qué no llaman a la policía? Y si también sospechan de ti, ¿por qué no te denuncian, o te despiden?

No encuentran respuesta a esas preguntas.

—¡Hombre, Javi! ¿Qué tal?

Es Menchu, la profesora de latín, acompañada de su amigo.

—Hola, Menchu, ¿qué hay? Mira, ésta es Carolina.

—Hola.

Menchu y Carolina se dan dos besos.

—Oye, perdona, ¿cómo te llamas? —pregunta Javi al amigo de Menchu—. Es que el otro día no entendí bien tu nombre.

—Leo Hans. Es un nombre holandés. Pero si me quieres llamar Manolo, no me importa, ¿eh? —se ríe Leo Hans.

—Queríamos comprar una estantería para los libros —dice Menchu—, pero las que hemos visto no nos gustan.

—Nosotros siempre venimos al Rastro los domingos —comenta Carolina—. Nos gusta la música y allí abajo venden cintas muy baratas. ¿Sabías que Javi toca la guitarra?

—¿Ah sí? —dice Leo Hans—. Yo también, pero la verdad es que hace un par de años que no practico. Vamos —se ríe otra vez—, desde que fui a un concierto de Jimi Hendrix.

—Pues, de eso hace un par de años —dice Javi—, Jimi Hendrix murió en el 70. ¡Qué bestia! Tengo todos sus discos. ¿Has visto alguna vez a Eric Clapton?

Carolina paga los cafés mientras Javi y Leo Hans siguen hablando de música. Luego salen y se mezclan entre el público. Cuando llegan a los puestos donde venden música. Leo Hans pregunta a un vendedor:

—¿No tiene discos compactos?

El vendedor le mira con cierta desconfianza.

— Pues… sí, tengo algunos. ¿Qué música te interesa?

—Me interesa de todo.

El vendedor busca en unas cajas que están debajo del puesto. Saca algunos discos.

—Pasa por aquí. No quiero que los vea todo el mundo. Es una oferta muy especial, ¿sabes? Mira, éstos son los que tengo de momento. Bruce Springsteen, Dire Straits, el último de U2…

—¿Qué precio tiene el de Springsteen?

—Pues, para ti… mil doscientas.

—¿Mil doscientas? Anda, te doy mil y me das la vuelta.

—Hecho. Mil pelas.Y que conste que pierdo dinero.

Leo Hans paga. Javi le dice:

—Este disco debe de estar bien. No lo conozco.

—Yo lo he escuchado en casa de unos amigos —contesta Leo Hans—. Me gustaría hacerte una copia, pero no funciona el casete del equipo.

—Pues mira, te lo llevas, lo copias y me lo devuelves el próximo día que vayas a clase.

—¡Fenomenal! El martes te lo llevo.

Menchu y Leo Hans se despiden. Javi y Carolina vuelven a la moto, que habían dejado en una calle próxima. Los domingos, Carolina suele ir a comer a casa de Javi. Cuando llegan, lo primero que hace Javi es poner el disco. Carolina coge la tapa y saca el cuadernillo para leer los textos. Lo abre. Algo cae al suelo. Carolina lo recoge.

—¡Javi!

—¿Qué?

—¡Mira!

—¿Qué es eso?

—¡Una etiqueta de La Española!

 

Fuente: CV. Cervantes.es

 

 

Los polifacéticos

Nuria Espert nació en Hospitalet de Llobregat (Barcelona) en una época difícil para España: el país se encontraba en plena guerra civil.

La madre de Nuria trabajaba en un telar, el padre era carpintero. Ambos se habían conocido en un grupo de teatro y transmitieron esa afición a su hija. Desde muy pequeña, comenzó a actuar en un grupo de su barrio. Con doce años, debutó en el escenario interpretando el papel de un gato. Según confiesa la propia Nuria Espert, la cosa no resultó demasiado bien. Pero hubo una segunda oportunidad: dar vida a una princesa. A partir de ese momento, anduvo de un grupo de teatro a otro, hasta crear junto a su marido, Armando Moreno, una compañía propia.

Nuria Espert y Armando Moreno —poeta, guionista y productor— llevan ya treinta y cinco años de vida en común. Absolutamente diferentes de carácter, provenientes ambos de familias muy distintas, basan su matrimonio sobre todo en la amistad que se profesan mutuamente. Para Nuria Espert, que no cree demasiado en la familia, la suya es una verdadera excepción. Armando Moreno no dudó en dejar prácticamente todas sus actividades para darle constante apoyo moral y permanecer a su sombra.

Las dos hijas del matrimonio, Alicia y Nuria, continúan los pasos de los padres, con sello propio: la primera, como productora; la segunda, como actriz en la compañía de Lindsay Kemp.

Los libros, las amistades de las que se ha sabido rodear —hay nombres especiales para ella, como Terenci Moix, Rafael Alberti, Montserrat Caballé y los ya fallecidos Víctor García y Salvador Espriu— y la vida han hecho de ella una persona de hondacultura, ella que ni siquiera terminó los estudios secundarios.

En 1986, después de interpretar durante varios años obras como Yerma, La dama de las camelias, Doña Rosita la soltera, Las criadas, Salomé, Nuria Espert recibe una propuesta realmente interesante: dirigir en Londres La casa de Bernarda Alba. Glenda Jackson está interesada en el papel principal. Nuria Espert tiene miedo, rehúsa; lo piensa mejor y por fin acepta. Éxito clamoroso. Después vendría la ópera —se trata de una de las pocas mujeres que dirigen ópera en el mundo—: Madame Butterfly, Electra, Rigoletto, La Traviata, y en 1996 será Carmen en Japón. Nuria Espert tiene contratos firmados hasta el año 1997. Entre los numerosos proyectos, le atrae especialmente la dirección de Carmen y de La zapatera prodigiosa, papel este último que interpretará su hija Nuria en 1992.

Pero con las labores de directora y escenógrafa, Nuria Espert no quiere olvidar la interpretación. Por eso, su último reto ha sido el monólogo del japonés Hisashi Inove, titulado Maquillaje. Una transformación en escena de más de dos horas de duración.

Actriz cosmopolita, hogareña —su casa de Madrid es al mismo tiempo su refugio— le hubiera gustado conocer personalmente a García Lorca y, sin duda, lo ha conocido a través de las representaciones que ha hecho de sus obras. Nuria Espert considera que ha habido tres palabras que han moldeado su carrera: el talento, el trabajo y la suerte.

Juan Antonio Vallejo-Nágera nació en Oviedo en el año 1926. Su padre —médico militar, psiquiatra, enamorado de todo lo alemán y, por supuesto, de la música de Wagner— lo educó, a él y a los demás hermanos, con rigidez. El contrapunto ideal fue la madre de Vallejo-Nágera, llena de humanidad. En ese equilibrio perfecto nació Juan Antonio, que heredó la vocación, el amor al trabajo del padre y la sensibilidad de la madre.

Los primeros años de la guerra civil fueron, paradójicamente, una etapa hermosa para Vallejo-Nágera. Vivió en un pueblo y sintió la guerra muy lejana. Allí tuvo su primer contacto con la naturaleza. Después vendría el internado.

A pesar del amor que sentía por la medicina, la etapa de estudiante no fue en absoluto feliz para Vallejo-Nágera. Fue una época de mucho esfuerzo, muchas horas frente a libros para conseguir buenas notas que él mismo se exigía. La vida fue mucho más divertida después de acabar la carrera. En los primeros años como médico, Juan Antonio Vallejo-Nágera compaginaba la austeridad de la consulta con una constante vida de relaciones sociales y fiestas. Así conoció a Viky Zóbel, sobrina del popular pintor, que se convertiría en su esposa.

Catedrático de Psiquiatría y Psicopatología de la Universidad Complutense y director del Instituto Nacional de Pedagogía Terapéutica y del Centro de Investigaciones Psiquiátricas de Madrid, a Vallejo-Nágera le gustaba definirse como un hombre del Renacimiento, alguien que abarcaba muchos campos de la cultura y era feliz en todos ellos. Así, aparte de médico, fue pintor, conferenciante, encuadernador de libros, escritor y jugador de polo. Y no siempre por dotes naturales, sino porque puso verdadero empeño en ello: escribir le suponía un considerable esfuerzo, como también lo había supuesto estudiar medicina.

Fue una persona que necesitaba aprovechar el tiempo al máximo, pero todo lo alcanzaba con su enorme entusiasmo vital.

En el año 1974 abandonó la práctica de la enseñanza y en 1982 dejó de ejercer la medicina activamente. Desde 1985, año en que ganó el Premio Planeta de literatura, se dedicó a escribir, a dar conferencias y a participar en tertulias de radio y televisión.

Murió tras una larga enfermedad, en marzo de 1990.

Uno de sus mejores amigos: el torero Luis Miguel Dominguín.

Empezó encuadernando por hobby los libros viejos que había en su casa. Acabó yendo a estudiar la técnica a varios talleres y vendiendo algunas de sus propias encuadernaciones.

Como pintor, también por afición y sin haber estudiado, llegó a realizar numerosas exposiciones y a vender buena parte de su obra. Fue naïf hasta que el mismo se dio cuenta de que ya no podía ser un naïf auténtico, pues había aprendido demasiado a base de experiencia.

Como jugador de polo, llegó a participar en el equipo español internacional.

Sus libros son:

  • Introducción a la psiquiatría
  • Ante la depresión
  • Perfiles humanos
  • Concierto para instrumentos desafinados
  • Locos egregios
  • Mishima o el placer de morir
  • Yo, el rey
  • Yo, el intruso
  • Aprender a hablar en público hoy
  • La puerta de la esperanza (en colaboración con José Luis Olaizola)

 

Fuente: CV. Cervantes.es

 

 

 

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