El misterio de la llave

 

LOS PERIÓDICOS HACEN PREGUNTAS

Cándido deja los periódicos sobre la cama. Se sienta en una silla y bebe rápido su café. Está demasiado caliente pero a él le gusta así. Busca un cigarrillo en su chaqueta y empieza a fumar.

Hace calor. En Córdoba siempre hace mucho calor en verano y el café caliente le hace encontrarse peor. Cándido mira los periódicos abiertos sobre la cama y se pone muy nervioso. No sabe quién le ha podido enviar ese paquete con los periódicos dentro. ¿Quién le escribe?, ¿qué quiere de él? No lo sabe. Sólo esos periódicos de Toledo en un pequeño paquete marrón. Sin carta, sin nada.

La música del bar de abajo entra por la ventana. Vivir encima de un bar es muy difícil, a veces hasta imposible. Pero vivir en la blanca y caliente Córdoba, cerca de la Mezquita, es muy importante para él.

Él es un arqueólogo muy bueno, el mejor. Pero no trabaja en una excavación desde hace muchos años. Muchos. Desde aquel día que…

Ahora está cansado, solo, casi sin dinero. Todo es demasiado difícil desde aquel día negro.

La fea música del bar llega a todas las habitaciones de la casa. Por la ventana Cándido mira, sin ver, el pequeño jardín de su calle. Un hombre espera debajo de un árbol. Llega una mujer joven, morena y muy bonita. Hablan un poco y después se van cogidos de la mano.

Es día de fiesta y la gente sale a pasear o va al cine.

Cerca del parque, coches y motos pasan rápidos hacia el centro de la ciudad. Hacen mucho ruido, pero Cándido parece no oír nada. Sólo fuma su cigarrillo y habla para sí. ¿Qué quiere decir ese paquete con los periódicos dentro? ¿Quién los envía? ¿Para qué?

Los periódicos esperan encima de la cama. Conocen la verdad pero no pueden decirla. Sólo se ríen de él.

Cándido tiene hambre y sed pero está demasiado cansado para salir, buscar un restaurante… No, en este momento no quiere estar fuera de casa.

Va a la cocina y bebe rápido un vaso de agua. Después vuelve a su habitación. Se sienta encima de la cama y empieza a leer los periódicos otra vez.

...en el viejo palacio de Úbeda... los obreros han encontrado... una sinagoga... no hay otra en Toledo tan bonita y rara como ésta... Marisa Martín, una joven arqueóloga, ha encontrado... un pequeño tesoro: tres copas y una llave... La llave... tiene unos dibujos y unas inscripciones... en árabe y hebreo... nadie ha podido entenderlas...

Esta llave debe abrirnos la puerta de la verdad...

Cándido está nervioso, muy nervioso. Tiene calor pero sus manos están frías. Para un arqueólogo no hay nada tan importante como un descubrimiento así. ¡Una nueva sinagoga en Toledo! Además, la llave… Las raras inscripciones de esa llave… Nadie ha podido leerlas y él, Cándido Aguirre, está seguro de poder hacerlo. Sí, claro que sí. Hace mucho tiempo que no trabajaba. Pero él es el mejor arqueólogo del país y puede descubrir la verdad de la sinagoga. Él lo sabe y también otras personas lo saben.

Sí, eso es. Ahora Cándido empieza a entender. Alguien le ha enviado ese paquete para hacerle ir a Toledo. Es alguien que debe de conocerlo muy bien: sabe que después de leer los periódicos, Cándido no va a poder olvidar la sinagoga.

Sí, sólo él, Cándido, puede leer las inscripciones de la llave. Y por eso alguien lo está llamando.

Son las nueve y el sol se pierde detrás de los campos amarillos. En septiembre, los días empiezan a ser más cortos. Muy pronto, el otoño va a volver.

«No puedo hacer otra cosa. Debo ir a Toledo —se dice Cándido—. Puede ser peligroso volver allí, una trampa quizás, pero debo ir. Leer esa inscripción y saber quién me ha enviado los periódicos… Eso es. Voy a ir. Y voy a tener más suerte esta vez. Salí de la cárcel hace tres meses y ya es hora de empezar a hacer algo. No quiero más días negros.»

Una hora más tarde, el tren de Madrid entra en Toledo. Antonio mira por la ventana y ve pasar, ya muy lentos, los anchos campos amarillos. Se prepara para salir. Cierra su libro y se pone de pie. Con el bolso de viaje en una mano y el libro en la otra, espera. Por fin el tren se para en la estación.

Hay mucha gente en la estación. Todos tienen prisa pero Antonio no. Sabe que nadie ha venido a esperarlo.

Se sienta en un banco. Le gusta mirar a las personas e imaginar cómo son. ¿Qué hacen?, ¿cómo se llaman?, ¿cómo pasan el tiempo?…

Antonio ve pasar a un hombre bajo y moreno. No es feo pero tiene un ojo medio cerrado. Lleva un pantalón gris, una camisa azul claro y un sombrero también de ese color. Fuma un cigarrillo y parece buscar nervioso a alguien entre la gente. Antonio empieza a imaginar quién es. Le parece un hombre de ciudad, cansado y gris. Un hombre solo. Seguro que no está casado. Debe de trabajar en un banco, siempre entre números.

Pronto, Antonio se olvida del hombre y empieza a mirar divertido a dos jóvenes muy bonitas. Una de ellas es alta y tiene un pelo rubio muy largo. Lleva un vestido amarillo. La otra chica es morena pero también muy alta. Pasan delante de él. Lo miran y sonríen. Después, se pierden entre la gente.

Antonio mira su reloj. Es la una y cuarto. Hora de irse. La estación de Toledo está muy lejos del centro de la ciudad. Para ir a casa de su abuela, debe tomar un autobús hasta la Plaza de Zocodover.

En el autobús, Antonio no se sienta. Prefiere quedarse de pie y así ver mejor las casa y gentes de Toledo. Siempre le ha parecido una ciudad diferente, mucho más que un sitio bonito.

El autobús sube por estrechas calles y llega a Zocodover. En esa plaza ancha se encuentran los amigos los días de fiesta. Con el buen tiempo, los bares ponen mesas y sillas fuera, en la calle. A Antonio le gusta mucho sentarse allí. Tomar un vaso de vino y ver pasear a la gente… Pero ahora no puede hacerlo, su abuela lo espera.

Antonio anda rápido por la calle del Comercio. Muchas mujeres están en las ventanas, mirando hacia abajo. Antonio está muy contento. Le gusta mucho venir a Toledo.

EN LA SINAGOGA

Cándido sale del hotel. La noche es más negra que nunca. Nadie pasa por las calles tranquilas de Toledo. En el reloj de la plaza son las cuatro. Pero Cándido no podía dormir.

No puede olvidar las últimas semanas: el paquete con los periódicos… la llave… el calor de Córdoba… las inscripciones… la música del bar… El misterio de la sinagoga azul. Hasta que, por fin, llegó a Toledo para contestar a sus preguntas.

No va a ser fácil. Él lo sabe. Para empezar, nadie lo llamó. Pero están los periódicos. Alguien los envió. Entonces alguien lo esperaba. Pero ¿quién? ¿Y dónde? ¿En la sinagoga, quizá?

Cándido anda muy rápido. El ruido de sus zapatos sobre las piedras de la calle rompe la noche.

Ya está cerca de la sinagoga. Por fin va a saber quién lo espera allí. Y va a entrar, entrar para leer las inscripciones de la llave. Él sí va a poder hacerlo.

Un pájaro de la noche llega hasta una ventana. Cándido oye el ruido y mira hacia arriba. Por un momento se para. Pero debe seguir su camino. Pasa una plaza y entra en una calle pequeña. Detrás de la última esquina está la sinagoga. Cándido está nervioso pero no puede volverse atrás.

Corre hasta llegar a la otra calle. Ya está. Delante de él, el Palacio de Úbeda. Allí no hay nadie más que él.

Cándido no puede pensar. ¿Qué ocurre? Esperaba encontrar a alguien allí, a la persona de los periódicos. Por un momento no sabe qué hacer: ¿volver al hotel?, ¿tomar otro tren hasta Córdoba?

No, claro que no. Cándido no sabe si alguien quiere algo de él, pero ahí está la sinagoga azul. Y detrás de su puerta está el misterio importante de verdad, el misterio de las inscripciones. Esa llave de hace ochocientos años puede hacerle olvidar los años de cárcel, los días negros, la mala suerte. Y va a entrar.

Cándido saca de su chaqueta una pequeña llave, especial. Con ella puede abrir todas las puertas, también ésta. Cándido mete la llave y le da varias vueltas. Oye un pequeño ruido y se sonríe. Sabe que la puerta se está abriendo.

Dentro no hay luz. Apenas ve delante de él unas pequeñas escaleras. Busca en su bolsa, ha traído una linterna. Con ella en la mano, baja con cuidado y llega a una habitación. Es muy grande pero sólo tiene una mesa y unas sillas en el centro. Hay una puerta abierta. ¿Adónde lleva, a la cocina? Quizá. Allí quiere llegar Cándido. Sabe que la sinagoga está debajo de la cocina del palacio. Pero no. Aquello no es la cocina. Es otra habitación un poco más pequeña y estrecha que la primera. En ella hay una escalera para subir al piso alto y otra puerta. Cándido entra por ella y llega a otra habitación. Ya está cerca, está seguro. Encima de una mesa grande ve muchos libros, algunas piedras, y otras cosas de la sinagoga. Los arqueólogos deben de usar este sitio para sus trabajos en la excavación. Claro, allí están las tres copas de oro y la llave.

¡La llave! ¡Delante de él! Ya casi puede cogerla, tenerla en su mano…

Cándido ha esperado este momento desde hace semanas. Lo ha imaginado miles de veces.

* * *

Bajo la blanca luz de su linterna, las inscripciones de la llave parecen moverse. No, no se mueven. Son todavía palabras muertas. Pero él va a hacerlas vivir. Por fin, va a conocer la verdad de la sinagoga, una verdad escondida desde hace años y años.

Cándido empieza a leer muy bajo: Como mi sinagoga abre la puerta de la verdad, esta llave abre el tesoro de Samuel-Ha-Leví…

Las primeras palabras están en árabe y es fácil entenderlas. Pero después… Cándido no puede seguir. Debe de ser hebreo o quizás un árabe más antiguo, no lo sabe.

¡El tesoro de Samuel-Ha-Leví! ¡El tesoro de Samuel-Ha-Leví! —se dice Cándido una y otra vez. Así que es verdad, en un lugar de Toledo hay un tesoro pero ¿dónde?

Aquí Cándido no puede pensar. Debe llevarse la llave al hotel y allí trabajar con sus libros. Pero ahora no. Antes de irse quiere ver la sinagoga.

Deja la llave encima de la mesa y sale de la habitación. ¡Ésa es la cocina del palacio! Una pared y también el suelo están rotos. Allí debajo, al final de esa escalera de piedra… ¡Por fin, la sinagoga azul! ¡Tan bonita como la imaginaba! ¡Mucho más bonita!Cándido casi no lo puede creer.

Cándido lo mira todo sin poder moverse: los bancos de piedra, el suelo de tierra roja, las paredes azules…

Sólo después de unos minutos entra, nervioso. Va hacia una de estas paredes y pasa sus manos por ella. Está muy fría. Su color es raro, un azul diferente, casi verde. En algunos sitios tiene dibujos de pájaros blancos.

Cándido casi no lo puede creer. Lleva seis años sin estar en una excavación. Esa sinagoga va a darle suerte. Está seguro. Va a trabajar en la inscripción de la llave hasta encontrar el tesoro de Samuel-Ha-Leví.

Para ello debe llevarse la llave. Sabe que no debe pero no puede hacer otra cosa. Nadie le va a dejar trabajar en la sinagoga. Todos saben quién es y dónde ha estado los últimos años. Robar otra vez. Él no quería, pero lo va a hacer para llegar al tesoro.

* * *

Otra vez la escalera de piedra, la cocina. Cándido vuelve a la habitación de los arqueólogos. Encima de la mesa están los libros, las piedras, las copas, pero…

¡La llave! ¡La llave no está! ¡Alguien la ha robado!

Cándido mira en el suelo. No está. Entonces oye un ruido y ve a alguien correr hacia fuera, un hombre alto y delgado. Cándido lo sigue hasta la calle.

Ahora entiende qué ha pasado. No ha cerrado la puerta del palacio después de entrar en él.

El hombre corre rápido por la noche de Toledo. Cándido va detrás. Ve cómo va hacia la derecha y sube por una calle estrecha. por fin se para delante de una casa vieja y Cándido se queda en una esquina, escondido en la noche, con la cabeza llena de preguntas.

 

 

Fuente: CV.Cervantes.es

 

 

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