Lola
Pepe decide dar un paseo por el Barrio Gótico. A ver si se le pasa el mal humor. ¡Tenía tantas ganas de hablar con Lola de aquel verano en Cadaqués! De mirar el pasado en los ojos color de miel de Lola...
Lentamente se dirige hacia la Rambla de Cataluña, que en verano, de noche, está llena de travestis y de barceloneses que luchan contra el calor en las terrazas de los bares.
Se sienta en «La Jijonenca» y pide una horchata. ¡Qué curioso! En Madrid nunca toma horchata, pero siempre que viene a Barcelona sí... Será que es una bebida mediterránea. Pero la horchata y la cerveza no combinan muy bien, y después de tomársela aún se siente peor y más triste.
Empieza a bajar hacia la Plaza Cataluña. Un travesti espectacular le guiña un ojo y le echa un piropo.
Al día siguiente, no sabe muy bien por qué, tiene la sensación de que no puede marcharse, de que tiene que encontrar a Lola. Algo raro le está pasando. Pero no tiene ni idea de dónde buscarla. Barcelona es muy grande.
Hace calor pero del mar llega un aire agradable. Pepe ha decidido, después del desayuno, ir a leer el periódico bajo los árboles de las Ramblas. Va a pie, cruzando el Barrio Gótico. Pasa por la Plaza del Rey y, después entra un momento en el claustro de la catedral, por la Plaza San Jaime. Edificios centenarios y miles de pequeñas tiendas de todo tipo: joyas y cerámica, libros viejos y zapatos, pintura y ropa...
Por fin llega a las Ramblas, seguramente una de las calles más visitadas y más cosmopolitas del mundo. Como siempre, hay jubilados y estudiantes, proxenetas y parados, amas de casa y prostitutas, traficantes de droga y floristas, maestros con niños y viejecitos con caniches. Y soldados y turistas japoneses y exiliados iraníes y trabajadores emigrantes marroquíes. O sea, de todo. Incluso un detective privado que busca, sin saber por qué, a una ex-novia.
Pepe Rey compra La Vanguardia y El Periódico, pero, cuando acaba de sentarse a la sombra, bajo los plátanos, ve entre la gente una figura conocida. Era lógico, también Lola tenía que estar en las Ramblas. Algo le hace quedarse quieto y observarla. Está muy cambiada. No lleva el elegante traje del avión, sino una camiseta negra, unos vaqueros y unas botas que le dan un aire joven y un poco agresivo. Lleva gafas de sol. Por eso no la ha reconocido al principio. Pasa delante de Pepe sin verle. Anda rápido, mirando al suelo.
De repente, ante un quiosco, se para. Un joven que parece latinoamericano, colombiano o peruano, se pone a su lado y le da algo. Sin decirle nada, Lola coge el pequeño objeto y se lo mete en el bolso.
—Qué raro! ¿Qué le habrá dado? —piensa Pepe sorprendido.
Sin decirle adiós, Lola se aleja del joven y Pepe empieza a seguirla. Lola entra en el mercado de la Boquería.
Compra una manzana y empieza a comérsela. Pepe la observa a unos veinte metros. Lola anda deprisa, cruza el mercado y sale por la puerta de atrás. Al cabo de unos diez minutos están en la calle Nou de la Rambla, antes Conde del Asalto, una calle llena de tiendas de novia y de ropa para hacer strip-tease, en el corazón del Barrio chino. Lola entra en un bar de esos que huelen a aceite y que siempre tienen la televisión puesta. Pepe decide esperarla fuera. Algo le dice que Lola tiene problemas o que le pasa algo raro. Una hora después a Pepe le duelen los pies y Lola no ha salido todavía. «¿Qué estará haciendo ahí dentro? Voy a entrar. Si me ve... Pues nada, le diré que pasaba por aquí y...», —piensa Pepe nervioso.
Pero Lola no está dentro del bar. Quizá esté en los lavabos.
—Al fondo, a la izquierda —dice el dueño del bar de mal humor.
Pepe entra, pero tampoco allí está Lola. Piensa que es muy extraño.
—Oiga, ¿no ha entrado hace un ratito una señorita rubia con una camiseta negra?
—Yo qué sé. —responde el dueño de un modo antipático—. Aquí entran muchas señoritas.
Es evidente que no va a darle ninguna información. A lo mejor, sin darse cuenta, ha empezado a parecerse un poco a su principal rival, el inspector Romerales. «¡Dios mío! ¿Tendré cara de policía?» —se pregunta Pepe preocupadísimo—. Y este barrio está en guerra con la policía...»
¿Por dónde habrá salido Lola? No logra entenderlo. Vuelve al lavabo. Hay una ventana abierta que da a un patio húmedo y sucio. «Ha salido por aquí. Está huyendo. ¿De quién? Espero que no sea de mí...» —piensa Pepe.
******
No sabe qué hacer. Entra en una cabina y llama a Susi, su secretaria.
—Susi, tengo trabajo para ti. Necesito toda la información que puedas encontrar sobre Lola Martínez Uría. Tiene treinta y ocho años y no sé dónde vive. Sus padres vivían en la calle Goya, ciento treinta y cuatro. Quizá viven todavía allí. Diles que vas de mi parte. A lo mejor todavía se acuerdan de mí. Lola dice que tiene una boutique, pero no estoy seguro... Tal vez no sea cierto.
—De acuerdo, jefe —dice Susi sin mucho entusiasmo—. ¡Con lo tranquila que yo estaba! Llámeme dentro de un par de horitas, ¿vale?
—Hasta luego.
—¿Qué tiempo hace en Barcelona, jefe?
—Calor, Susi, mucho calor.
—¿Cómo en Madrid?
—Sí, más o menos, pero más húmedo.
******
Dos horas más tarde Pepe Rey vuelve a llamar a Susi.
—Hola, jefe. Me he enterado de muchas cosas.
—Cuenta, cuenta.
—He hablado con la madre. Dice que a su hija le pasa algo raro y que están muy preocupados. Por lo vistohace un par de años se divorció. Estaba casada con un tal Luis Manzanares, un ingeniero muy rico. Todo el mundo creía que eran una pareja muy feliz, pero... Bueno, pues, se divorció y dejó su trabajo de diseñadora de joyas. Y se fue de Madrid.
—Sí, eso ya lo sabía.
—Estuvo una temporada viajando: París, Ginebra, Montecarlo... Ahora nadie sabe dónde está. Ni qué hace. Ni sus padres, ni su ex-marido, ni sus amigos... Sólo saben que salía con un sudamericano. ¡Ah! Por cierto, la madre de Lola me ha dado muchos recuerdos para usted.
—Susi, ¿qué pensabas hacer esta tarde?
—Pues, sinceramente, jefe, irme prontito de la oficina para darme un baño en una piscina. Es que hace un calor... Pero, venga, jefe, ¿qué quiere?
—Pues que vayas a ver a Romerales.
—¿A Romerales? ¡No puede ser, jefe! ¿Desde cuándo le pedimos ayuda a ese imbécil?
—Desde hoy, Susi. Escúchame. En mi mesa, en el tercer cajón de la derecha encontrarás una foto de una mujer.
—Está cerrado con llave.
—Susi, no me pongas nervioso. Sé perfectamente que tienes llave de mi mesa.
—Hummm...
—Coges esa foto y vas a ver a Romerales. A ver si puede darnos información.
—A sus órdenes.
Fuente: CV. Cervantes.es